miércoles, 17 de marzo de 2010

El primer festejo, en medio del infierno









En 1978, Argentina levantó la Copa del Mundo de local, en un torneo aprovechado al máximo por la dictadura militar.

Neuquén > Después de varias frustraciones, que empezaron en 1938 cuando Jules Rimet se llevó el Mundial a su Francia, Argentina ganó la sede para organizar la 11° Copa del Mundo en 1978. La FIFA le otorgó el torneo diez años antes, pero cuando llegó la hora el país era gobernado por su dictadura militar más sangrienta. Hubo dudas, y una visita clave para confirmar la sede. Y los dirigentes se fueron chocos. Joao Havelange, titular de la FIFA dijo, tras el golpe, que "la Argentina está ahora mas apta que nunca para organizar el Mundial”.
Aunque en Francia se denunciaban las atrocidades del regimen y Holanda llegó sin Johan Cruyff, que se negó a jugar en un país ensangrentado, el torneo no sufrió contratiempos dentro del campo. Argentina tuvo su fiesta en medio del horror con un final perfecto, con Passarella levantando la Copa.
El equipo de César Luis Menotti, al que se le había dado el mando para organizar una Selección desmembrada tras su consagración con el Huracán del 73, no la tuvo fácil. Pero fue de menor a mayor, apoyada por estadios llenos que se regaban de papelitos en cada ingreso.
La euforia popular por el deporte más pasional dejó de lado todo y a metros de la ESMA el Monumental temblaba cada vez que jugaba el local. Atrás habían quedado un par de atentados para manejar la fortuna que se usó a discreción y las presiones de la Junta para imponer jugadores y silenciar a la prensa local, que tenía prohibido criticar.
El debut fue contra Hungría, tras una ceremonia inaugural en la que miles de jóvenes formaron palabras y figuras sobre el césped, con un órden marcial. El Monumental sufrió porque a los 10 minutos los europeos ganaban, pero Leopoldo Jacinto Luque empató y a siete del final Daniel Bertoni puso el 2-1.
Contra la Francia de Michel Platini, también hubo victoria 2 a 1, esta vez con un zapatazo formidable de Luque desde afuera del área. La victoria metía al equipo en la siguiente fase pero había que ganarle a Italia para seguir en el Monumental. Los italianos tenían el mismo objetivo y con un gol de Bettega se quedaron con el Grupo y mandaron a Argentina a Rosario, a pelear con Brasil un lugar en la final.
En el estadio de Rosario Central apareció la figura de Mario Alberto Kempes. Le hizo dos a Polonia y no le faltó ni atajar (ver aparte) para sostener la esperanza albiceleste. El segundo duelo sería ante los brasileños, que en la década post Pelé habían perdido algo de brillo y eran duros atrás (le habían hecho un gol en cuatro partidos).
Los 90 minutos fueron una batalla, sobraron la pierna fuerte y el roce, y el 0 a 0 mandó la definición a la última fecha. El 21 de junio, Argentina debía ganarse el pasaje a la final ante los peruanos, ya eliminados, y Brasil luchar con Polonia, que tenía chances. El primer paso se dio afuera. Los brasileños fueron obligados a disputar su duelo, en Mendoza, un rato antes que el encuentro en Rosario. Los de Coutinho ganaron 3 a 1 y le dieron a Argentina la ventaja de saber que debía hacerle al menos 4 goles a Perú para ser finalista.
Ese duelo es uno de los partidos más sospechados de la historia. Los peruanos recibieron la visita de Jorge Rafael Videla en el vestuario y algunos favores nunca terminados de comprobar. Aunque metieron dos tiros en los palos, la defensa hizo agua y Argentina le metió seis goles a Ramón Quiroga, un argentino nacionalizado que jamás pudo limpiar su imagen.
En el duelo por la Copa el rival fue Holanda, finalista como en el ''''74 con el mismo estilo y una cuota menor de magia. Kempes puso con una arremetida el 1 a 0 y generó la primera explosión. El silencio llegarían con el empate de Nanninga a diez minutos del cierre y con una entrada de Resenbrik con el tiempo cumplido que mandó el balón al palo de Fillol, lejos, el mejor arquero del torneo. La angustia se tornó en extasis en el suplementario, con otro tanto de Kempes y una jugada en la que dejó a Bertoni de cara al gol y a la gloria máxima.

Con camiseta prestada

Kimberley de Mar del Plata puede darse el lujo de decir que es el único club en la historia de los Mundiales que ganó un partido. El 10 de junio, en el penúltimo duelo del Grupo A, Francia y Hungría se enfrentaron en el estadio Mundialista marplatense. Los dos ya estaban afuera del torneo, tras perder con Argentina e Italia. Aunque el torneo era transmitido en colores, la mayoría de los televisores en el país eran en blanco y negro. Por lo que la FIFA tomó medidas para que no se confundan en las pantallas las remeras de las dos selecciones, toda roja la de los húngaros y toda azul la de los franceses. Hungría recibió la orden de usar su camiseta alternativa blanca y la cumplió. Pero Francia, previsora, había decidido ir también con su casaca blanca. Recién se dieron cuenta cuando salieron al campo de juego y el árbitro brasilero Arnaldo Coelho no sabía qué hacer para arrancar en hora. Entonces un dirigente del club marplatense, cuya sede estaba a solo 15 cuadras del estadio, se ofreció a prestarles un juego completo de camisetas. Así fue que Francia aceptó y retornó al campo con las casacas blancas y verdes a rayas verticales de Kimberley, con las que vencieron por 3 a 1 a Hungría.

En el Mundial de Argentina no sólo se estrenó un balón, sino que por primera vez se le puso nombre. La Tango fue decorada con el logo triangular característico de Adidas.

Días locos en tiempos de locura

La foto, con el capitán Daniel Passarella y un policía "peleando" por la Copa en medio de los festejos en el Monumental, impacta. Pero muestra la dualidad de aquel junio inolvidable que apagó muchos gritos de desesperación y muerte mientras desataba otros de alegría. Argentina adormeció sus peores fantamas en los 24 días que duró el Mundial y la dictadura pudo mostrar al mundo que éramos "derechos y humanos", con la ayuda de un país que no quería ver y de los medios que rindieron honor a Videla y sus secuaces. La pelota se manchó y como en Italia en el ''''34 o en los Juegos de Berlín del ''''36, el deporte sirvió para sustentar objetivos mucho más crueles. En medio de tanta locura, Holanda, otra vez perdedora dentro de la cancha, volvió a ganar afuera. Los subcampeones se negaron a recibir sus medallas de manos de Videla mientras todo un país festejaba.

Diego debió postergar sus dos sueños

“Mis sueños son dos, el primero es jugar un Mundial y el segundo, es salir campeón con Argentina”. Un chico de 14 años llamado Diego Armando Maradona dejaba grabados para la posteridad sus deseos. Para cumplir el segundo debió esperar hasta el ''''86. Para el primero, se ilusionó en el ''''78, hasta que se fue de la concentración llorando. El Flaco Menotti lo había hecho debutar con la celeste y blanca el 27 de febrero de 1977, a los 16 años, en un amistoso ante Hungría. Diego entró por Leopoldo Jacinto Luque y comenzó su romance con la Selección mayor. Pero a la hora de definir el último corte, para dejar en 22 la lista de jugadores que irían por la Copa, Menotti decidió que la juvenil estrella aún no estaba en condiciones de afrontar semejante desafío. Eran 25 los hombres concentrados en el predio de la AFA en José C. Paz, cuando a un par de semanas del Mundial, el 19 de mayo. el Flaco le comunicó que no iba a tenerlo en cuenta. Víctor Alfredo Bottaniz y Humberto Rafael Bravo eran los otros dos eliminados. Diego lloró como el niño que era y se sacó la bronca pocos días después jugando para Argentinos Juniors, marcando dos goles y dando dos asistencias en un 5-0 ante Chacarita.

Un Matador que se hizo Gigante

La figura y goleador del Mundial pasó desapercibido en la fase inicial. Ni brilló, ni rompió ninguna red. Mario Alberto Kempes era uno de los pocos elegidos por el Flaco Menotti que jugaba en el exterior. Y su convocatoria y su fama se justificaban. El Matador venía de ser Pichichi de la liga española marcando 24 goles para el Valencia en la temporada 76-77 y 28 en la 77-78. Pero el frío de Buenos Aires no le cayó bien a este cordobés que había brillado en Instituto y Rosario Central. Aunque Argentina perdió ante Italia y debió mudarse a Rosario para la segunda fase, la fuerza que le dio el Gigante Arroyito a uno de sus hijos pródigos, autor de 89 goles en 107 encuentros con el Canalla, terminaría siendo clave para el triunfo final. Kempes se sintió en casa, rodeado de hinchas que lo amaban, y se convirtió en una fiera indomable cabalgando hacia el título. Contra Polonia, en el arranque de la segunda fase, metió los dos goles, uno de cabeza, el otro de zurda, pero tan dispuesto estaba a ser héroe que protagonizó otra jugada trascendente del partido. Ante un cabezazo polaco, parado en la línea del arco y con Fillol vencido, Kempes voló hacia su derecha y pegó un manotazo salvador. Sin la ley de último recurso, le daba la chance al Pato de atajarle el penal a Deyna, la estrella de Polonia. Y el arquero cumplió deteniendo un débil y anunciado remate. Ante los peruanos, Kempes haría el primero y el tercero de la sospechosa goleada y se guardó otro doblete para la gran final, ya de regreso en el Monumental, pero con la confianza recuperada a pleno para llevarse por delante a los holandeses dos veces y obtener el triunfo más importante de su carrera.